¡ DESCUBRIR
MotoRocío !
Doce años en el colegio
Salesiano de Córdoba soportando
a los curas, hace mella
en la forma de pensar de un muchacho en lo referente a la Iglesia
y todo lo que lleva consigo. Después de este tiempo, olvidé a la Iglesia y toda su paternalia, incluida misas,
rosarios, ejercicios espirituales, confesiones de cosas absurdas
con sacerdotes que lo que querían era enterarse de todo
lo que pasaba. La conciencia
era para mi la única religión que podía practicar durante mi vida. De pronto
alguien me habló de un Memorial o algo así, dedicado
a los moteros que habían dejado su vida en el asfalto,
me dijeron que se celebraba en la aldea de El Rocío y
que habría mucha marcha y lo pasaríamos muy bien.
Estos motivos fueron más
que suficientes para convencerme de que debía ir a pasar
ese fin de semana a la aldea almonteña. La llegada y la
toma de contacto fue como la mayoría de las reuniones
moteras que tenemos a lo largo del año. La tarde pasó
entre cervezas y algunas palmas, acompañadas del sonido
inconfundible del tambor.
Pero en todas estas situaciones
hay alguien que rompe el encanto de las cosas con alguna parrafada,
que muchas veces no viene a cuento. ¡¡¡ Vámonos
a la Misa. La mayoría de la gente ya esta en la Iglesia
!!! Mi primera intención fue despistarme para no tener
que aguantar una vez más un espectáculo que no
deseaba, pero razonando un poco y pensando que era en memoria
de personas queridas, me dirigí a participar de la ceremonia.
Cuando estaba ya dentro de la Iglesia empecé a respirar
un aire desconocido para
mi. La voces del Coro
Rociero me estaban haciendo temblar y empecé a centrarme
en algo que hacia mucho tiempo no hacia. Una Misa no era para
mi lo mejor en aquellos momentos, pero fue calando poco a poco
dentro de mi ser y me puse a pensar en muchas cosas que fueron
pasando por mi mente, hasta que noté que estaba en otro
mundo. Que estaba en el
mundo de la verdad. En
el mundo de un montón de personas que tenían sentimientos
y que pedían a la Blanca Paloma por sus amigos perdidos.
Continué en aquel trance maravilloso hasta que, alguien
que estaba a mi lado me dijo que ahora debíamos salir
a ofrecer una vela a la Virgen. Hicimos una procesión
hasta la puerta y cuando llegué a ella, vi a cientos y
cientos de personas que no habian podido entrar en la Iglesia
y estaban allí esperando la Ofrenda. De pronto se rompió
el silencio y todo el mundo empezó a hacer rugir los motores
de sus máquinas y a hacer sonar sus bocinas lo más
fuerte posible. Querían que sus amigos les oyeran desde
el cielo. Querían demostrar su rabia por haberlos perdidos.
En ese momento sentí algo caer en mis mejillas que hacia
bastante tiempo que no sentía. Eran lágrimas de
alegría porque había
descubierto MotoRocío.
El Africano.
Motoclub de Ayamonte
(Huelva)